Las vacunas

¿Cuál es la función de las vacunas?
Prevenir las enfermedades infecciosas que pueden afectar la salud y causar incluso la muerte.

La historia de la vacuna se remonta al siglo XVIII, cuando fue descubierta por el médico inglés Edward Jenner. En 1798, observó que los humanos quedaban inmunizados frente al virus de la viruela humana si se les inoculaba con un preparado del virus de la viruela vacuna.

La vacuna suele consistir en dosis muy pequeñas del propio agente (forma inactiva o atenuada) que origina la enfermedad, por lo que provoca la creación de anticuerpos que permanecen en el organismo y lo protegen en el caso de futuros contagios. La técnica de administración depende del tipo de vacuna; la más común es la inoculación, pero en algunos casos puedes ingerirla o hasta apoyarte de un espray nasal para su consumo.

Atendiendo a su composición, las vacunas se pueden dividir en: monovalentes, cuando la especie presenta una composición antígena homogénea (especies monotípicas), como las vacunas del sarampión, rubeola, parotiditis y fiebre tifoidea; polivalentes, cuando la especie es heterogénea y se compone por diversos tipos antigénicos que no presentan inmunidad cruzada, debe contener todos los serotipos o la mayoría que intervienen en la producción de la enfermedad, y combinadas, que se asocian en un mismo preparado de productos inmunizantes de diversas especies.

Las vacunas producen una inmunidad adquirida activa que, a diferencia de la inmunidad pasiva por administración de sueros, se instaura después de un periodo de latencia y es más intensa y duradera. Su eficacia varía según el tipo, composición y localización de la infección que quieras prevenir.

Pero debes tener muy en cuenta que la eficacia de la vacunación no sólo depende de la calidad de la vacuna, sino de que se conserve y trasporte en condiciones adecuadas y de que se administre durante el periodo de validez. Por lo que es indispensable someterlas a un control de calidad que asegure el cumplimiento de los estándares internacionales en cuanto a eficacia y seguridad, ya que una vacuna poco segura es un peligro.

La edad para iniciar la vacunación depende fundamentalmente del momento a partir del cual el niño es susceptible a las distintas enfermedades infecciosas (periodo de receptividad) y es capaz de desarrollar una buena respuesta inmune. También hay que tener en cuenta la época en que se presentan complicaciones con menor frecuencia. Los anticuerpos maternos pueden interferir en la respuesta o disminuirla cuando se administran vacunas. Se aconseja vacunar lo más precozmente posible, durante el tercer mes de vida frente a la difteria, tétanos, tosferina y poliomielitis; y a partir de los 12 meses, contra el sarampión, rubeola y parotiditis. Para la prevención de la tuberculosis y viruela, que dependen de factores de inmunidad celular, se puede practicar la vacunación a partir del nacimiento. NULL NULL