Según la Organización Mundial de la Salud, el simple hecho de reducir el consumo de sal en un 15%, evitaría 8.5 millones de muertes en un periodo de diez años.
La sal que conocemos se denomina cloruro de sodio. Su consumo suele relacionarse, desde una mirada perjudicial para la salud, con hipertensión y presión arterial alta, trastornos cardiovasculares y apoplejía. Su uso, digamos, casero, cumple la función de conservar y sazonar la comida, aunque también está presente de forma natural en algunos alimentos.
Por sí solos y en cantidad mesurada, el sodio y el cloro, componentes de la sal común, ayudan a regular la presión arterial, controlar el equilibrio de fluidos en el organismo y mantener condiciones apropiadas para el desarrollo de músculos y nervios. Además, el sodio facilita la absorción de ciertos nutrientes, como la glucosa y los aminoácidos.
Un consumo recomendado de sodio sería de entre 2 y 6 gramos al día. Debemos considerar, también, que esta cantidad aumenta o disminuye dependiendo de las necesidades de cada persona: durante la etapa de menstruación, lactancia o al realizar una actividad física intensa que provoque sudor excesivo, los requerimientos serán mayores.
El sodio en nuestro organismo se encuentra dentro de las células y activa funciones importantes de todo el cuerpo, ayudado por el potasio. Sin embargo, a últimas fechas hay una concepción generalizada, en parte derivada de algunos estudios científicos, que afirma que la reducción del consumo de sal [cloruro de sodio] reduce la presión arterial, un importante beneficio sobre todo para personas hipertensas, obesas o ancianas.
En los últimos 20 años algunos científicos han detectado que, en general, nuestro consumo de sal es elevado e innecesario, y aconsejan reducir la cantidad a 3 gramos por día, ya que el sodio que nos aporta también podríamos obtenerlo al comer cinco raciones de fruta o verdura. Esta recomendación concluiría en una mejor calidad de vida y seríamos menos propensos a padecer enfermedades arteriales y cardiovasculares. Culturalmente, la sal se ha utilizado, además de sazonador, para conservar carnes y pescados, por lo que podría suponerse que esto eleva los niveles recomendados. Sin embargo, en el proceso de deshidratación que sufre la carne, se pierde la mayoría del sodio contenido en la sal. Por lo tanto, comerlos no implica rebasar la cantidad límite, contrario a lo que sucede con la comida precocinada o fast food, que contienen elevadas cantidades de sal.
No se trata de eliminar radicalmente la sal de tu vida, sino de aprender a consumirla en la justa medida. Para eso te presentamos aquí algunas recomendaciones:
• No sazones únicamente con sal, prueba con aceite, un poco de jugo de limón, ajo o pimienta
• Utiliza yerbas aromáticas y especias, como albahaca o azafrán
• Siempre ten a la mano alimentos bajos en sodio: uvas, papaya o manzanas
• Aunque se han vuelto muy populares, trata de evitar las sales de ajo y cebolla
• No pongas el salero en la mesa
• Al cocinar, utiliza una cuchara o la punta de un cuchillo para agregar sal a la comida. Evita las pizcas o «pellizcos», pues es más fácil que te excedas con estas medidas
• Utiliza un salero con agujeros pequeños
Para su buen funcionamiento, nuestro organismo necesita sal, de lo contrario podríamos sufrir náuseas y debilidad general. El consumo se vuelve peligroso cuando, como regularmente hacemos, consumimos 5 o 10 veces más de la cantidad requerida. El reto es aprender a equilibrar. NULL