Abrir la ventana de la habitación, para ver un paisaje habitado por su naturaleza y fauna, fue lo primero que pensé al imponerse ante mi tanto verde, tanta agua y semejante frescura. El aire me limpió al aspirarlo, mientras que al mismo tiempo su ligereza tocaba mi piel. Estaba en un lugar enclavado en el bosque quebequense, donde algunos humanos y muchos animales cohabitan en armonía. En verdad se impone tanta vegetación, me sentí cobijado por bosque, agua y el cielo azul.
Lo primero que me sedujo fue entrar al agua, de lejos se ve azul oscuro, pero adentro es profundamente transparente, tanto en Lac-à-L’Eau-Claire como en Sacacomi, ambos sitios perfectos para adentrarse en las entrañas de la natural Québec. Nadé por un buen tiempo, el agua no era fría y tenía un dulce sabor, además pude abrir mis ojos y aún sin los gogles apreciaba el fondo del lago a unos cuatro metros.
Por la tarde me esperaba un delicioso almuerzo, una trucha nativa de la región de Mauricie, precisamente del lago donde nadaba. Había sido pescada temprano esa misma mañana, en la mesa me acompañada de un buen vino canadiense y una vista a las montañas que no me cansaba de observar.
Horas antes del anochecer, que en el tiempo del verano por estos rumbos se aproxima a las diez, fui al bosque a buscar a dos de sus más reconocidos habitantes. Primero sería al simpático e ingenioso castor, que en Mauricie goza de mucho terreno, y como los humanos, puede transformar la geografía del lugar. Curioso animal que al escuchar el agua correr de pequeños riachuelos crea su hogar, cortando y recolectando grandes, medianos y pequeños troncos de árboles que estén a su alcance. Es así como bloquea el paso del agua en la parte angosta del pequeño río, para inundar la parte anterior y formar una pequeña presa dónde construirá su hogar y formará una familia en armonía. Su vida transcurre entre agua y troncos, alimentándose de plantas y refugiándose en su guarida cuando el peligro acecha.
Después fui a visitar al amoroso, regordete y goloso oso negro, bello y tierno desde lo lejos, pero peligroso e imponente de muy cerca. Habitan miles de ellos en los bosques de Mauricie y su encuentro con humanos es constante y en ocasiones con fines trágicos en ambos lados, pero si se respeta su territorio y se toman medidas de seguridad puede ser un encuentro mágico y curioso entre osos y humanos. Verlos comer miel y moras en su hábitat natural es asombros y divertido… siempre los hemos visto en cuentos, animaciones y documentales, pero muy diferente es, tenerlos a metros de distancia presenciando su goloso apetito.
A la mañana siguiente volé en hidroplano, a baja altura y distancia cercana para apreciar los cientos de lagos de la región y el bosque impenetrable y virgen que aún mantiene Mauricie. A una hora de distancia por aire, el destino era el tradicional y centenario club de pesca Seigneurie du Triton, situado más allá de dónde termina el camino para autos, accesible sólo por aire o por agua, una antigua casona del siglo diez y nueve, ahora convertida en hotel para aquellos visitantes que gustan de ver las estrellas por la noche, alejarse de lo urbano y convivir con viajeros y aventureros modernos en las antiguas salas del lugar. El río nos llevó a sus puertas una vez que acuatizamos, esa misma tarde salí a remar en canoa india, hincado a la usanza tradicional… sólo en el río, esperaba encontrarme con mi recién conocido el oso negro, tal vez bebiendo a la orilla del río en el atardecer, antes de iniciar sus actividades nocturnas. Remé solo, rodeado de pinos y bosque quebequense, tupido e impenetrable, escuchando los ruidos de la naturaleza de Mauricie, justo antes del anochecer, el que mas me sorprendió fue el del pato canadiense, que cuando nada lleva a sus críos en el lomo, volando sobre mi tal vez advertía de mi presencia a su parvada.
Con los últimos rayos de luz me acerqué al club de pesca Seigneurie du Triton, dónde me esperaba una deliciosa cena, pato de la región y otras suculencias de la cocina francesa, creadas por su chef, originario de Francia.
Después de cenar salí a caminar por las orillas del bosque, soplaba una leve brisa que sacudía las ramas de los árboles creando el tradicional sonido que tanto misterio da al bosque por las noches. Al no haber luces de ciudades o poblaciones cercanas pude observar un sin fin de estrellas en el cielo, no sabía que se pudieran ver tantas, era un cielo negro con miles de pequeñitas luces brillantes. Finalmente así disfruté del domo de luces en el universo a la orilla del río que parece lago, en compañía de una cálida fogata y lo oscuro de la noche.
A la mañana siguiente partí rumbo a la ciudad de Québec, en bote llegué a la estación de tren, que en realidad era una pequeña cabaña donde no había nadie, solo estábamos los que viajaríamos, a los pocos minutos llegó el ferrocarril. El recorrido fue majestuoso, entre profundas cañadas, bosque y un hermoso río que nos acompaño durante gran parte del trayecto, al cual me deleitaba observando para descifrar sus corrientes y posiblemente en un futuro descender en balsa, canoa o kayak.
Mas tarde estaba ya en la hermosa ciudad de Québec, donde justo ahora se celebra el cuatrocientos aniversario de su fundación, sol, artistas de la calle y hermosa arquitectura fueron los protagonistas del inicio del festival de verano de la ciudad.
Sin duda que visitar la provincia de Québec en Canadá es una experiencia llena de asombros irrepetibles, su naturaleza, cultura, arquitectura y gastronomía la hacen de los mejores destinos del mundo. NULL