Antonio Argüelles, primer nadador mexicano en hacer el reto de los Siete Mares, recuerda bien que una tarde de octubre de 1968, se escapó de la casa de sus padres para ir con sus abuelos paternos, en algún lugar de Coyoacán. Tenía nueve años, su misión era ver la final de natación de los Juegos Olímpicos que ese año se realizaron en México.
Después de explicar su visita a los abuelos, corrió a la sala para encender el televisor, y se puso cómodo para seguir la competencia. En las imágenes, Toño podía observar la recién inaugurada Alberca Olímpica, esplendorosa, adornada con las banderas de los Juegos Olímpicos. Había una multitud lista para ver competir a siete atletas extranjeros y al mexicano Felipe “elTibio” Muñoz, que salió en el carril cuatro, al centro. Nadaba los 200 m pecho, después de la tercera vuelta, Muñoz rebasó a los favoritos —el soviético Vladimir Kosinsky y al estadounidense Brian Job— y obtuvo el primer oro olímpico en natación para México.
“Ver cómo Felipe iba remontando después del tercer 50 en pecho, cómo se caía la Alberca Olímpica con el grito de “¡Tibio, Tibio!”, fue increíble. Y, bueno, obviamente, cuando izan la bandera mexicana y entonan el Himno Nacional. Ese día fue cuando dije yo quiero ir a unos Juegos Olímpicos, yo quiero ganar una medalla. Creo que ese momento fue muy importante en mi vida porque tenía una meta, independientemente de todo lo que pasaba alrededor, de mi día a día, tenía esa meta como objetivo y durante muchos años la perseguí.”
En busca del sueño olímpico
Para lograr la meta Antonio hizo un trato con su abuelo paterno, quien lo apoyó para que comenzara a nadar: podía ir a entrenar siempre y cuando obtuviera buenas calificaciones en la escuela. Para Antonio fue un buen acuerdo porque la alberca se convirtió en una válvula de escape; en el agua Toño era feliz. Aunque la escuela era un dolor de cabeza, porque su desempeño académico en el Colegio Alemán no era el mejor y las constantes molestias que recibía de otros compañeros por su peso provocaban diversas peleas para defenderse.
El cansancio físico que generaba la práctica de la natación logró una mejoraría en el nivel de concentración de Antonio en las materias de la escuela. Tras integrarse al equipo de la YMCA rompió varias veces sus propias marcas, pero comenzó a sentirse estancado.
En la secundaria buscó la forma de subir de nivel en su preparación. Contactó al atleta olímpico Guillermo Echeverría para unirse a su equipo. Consiguió una oportunidad, sin embargo, cuando llegó a la Alberca Olímpica no fue bien recibido por sus compañeros y entrenadores, que se burlaron de él porque no era tan rápido y pusieron en duda su capacidad para aguantar los entrenamientos debido a su talla grande. Todos esperaban que se rindiera, pero eso no sucedió. Al contrario: convirtió ese sentimiento de inferioridad en un motor para crecer.
Su desempeño en los 400 metros libres en el campeonato de la Ciudad de México logró llamar la atención de Nelson Vargas, entonces director del equipo de natación del IMSS. Con Nelson comenzó a vender trajes de baño y artículos de natación en la zona sur de la ciudad. Cuando realizaban competencias en Estados Unidos traían en el equipaje artículos de natación que Bill Lee, dueño de la marca Speedo les surtía. Fue así como empezó una relación comercial, que se convertiría en una amistad que lo llevó a vivir a Los Altos, California, para concluir el bachillerato e ingresar a la Universidad de Stanford.
“Me fui a vivir a California terminando el primero de bachillerato, terminé el High School en Estados Unidos y entré a la Universidad de Stanford. En esa etapa yo tendría como 15 años y entrenaba 20 kilómetros diarios, siete días a la semana. Nadaba con los mejores equipos. Cuando entro a Stanford me doy cuenta de que por más que entrenaba, por más que buscaba llegar a donde quería llegar, simplemente mis genes, la naturaleza, no medio lo que se requiere para los Juegos Olímpicos”.
Decepcionado, Antonio abandonó el agua alrededor de 20 años, ya no deseaba que la natación definiera su camino. Sin embargo, no dejó el ejercicio. Comenzó a correr y a escalar montañas.
“Lo que sucede es yo dejo de nadar e imagínate después de pasar seis horas en el agua, me queda mucho tiempo libre y empiezo a correr. Me doy cuenta que la condición física que había adquirido en la natación sirve mucho para la carrera. En mi vida he corrido 10 maratones, uno de ellos el de Nueva York por debajo de las 2:55″
Su primera conquista del Canal de la Mancha
En 1996, el Maratón de Boston celebró 100 años de su creación, Antonio estaba listo para correr esos 42 kilómetros con 195 metros, pero una lesión en la pantorrilla lo dejó fuera dos días antes de la competencia. La recuperación lo llevó de nuevo a la alberca. Un amigo le hizo una sugerencia descabellada: realizar el cruce del Canal de la Mancha.
Al principio Antonio descartó esa locura ya que la distancia más larga que había logrado en una alberca era de 3,000 m, pero la idea siguió rondando por su mente hasta que logró plantarse de manera definitiva como una meta. Comenzó entonces los entrenamientos para cumplir con ese sueño.
Para lograrlo necesitaría de la asesoría de una mexicana que ya había realizado esa travesía: Nora Toledano. Alexander Kormanovsky, amigo de Antonio, le presentó a la nadadora en Las Estacas, el balneario y parque natural del estado de Morelos. Nadaron durante tres horas y Toledano aceptó ayudarlo en su preparación.
En 1997 Antonio Argüelles comenzó los cruces que lo llevarían a obtener “la Triple Corona” de aguas abiertas — este reto consiste en completar 3 cruces: el Canal de Catalina (Isla Catalina – California), la vuelta a la Isla de Manhattan en Nueva York y del Canal de la Mancha (Inglaterra – Francia)—. Primero nadó alrededor de la Isla de Manhattan, prueba que terminó en menos de 8 horas, imponiendo un nuevo récord para los mexicanos.
Un año después realizó el cruce de la Isla Catalina en California, pero no obtendría el resultado esperado. Desde el inicio el nadador y su tripulación tuvieron mareos debido a las corrientes, lo que provocó que el nado estuviera lleno de tensión por el vómito y la hipotermia que se apoderaba de Argüelles en cada brazada. Después de cuatro horas y media, no quedó más remedio que abortar la misión.
Tras esta experiencia tomó notas para mejorar las condiciones del viaje y sobre la importancia de un entrenamiento mental para intentar de nuevo el cruce en 1999, un mes antes de su máximo reto en ese momento: el Canal del Mancha. Si terminaba de manera exitosa ese último nado programado de Inglaterra a Francia, conseguiría su primera Triple Corona.
Había entrenado durante tres años, estaba listo para realizar el cruce. Antonio entró al agua, después de que sonó la sirena y comenzó a cronometrar el reto. Dos horas después surgió el primer obstáculo físico: vómitos y un cólico estomacal hicieron que disminuyeran sus brazadas. Nora Toledano, que estaba al frente del equipo, se puso alerta. No era para menos: dos semanas antes la nadadora Fausta Marín había perdido la vida en esas aguas. Argüelles decidió implementar un plan B, pero antes debía controlar el vómito que le provocó pérdida de energía.
El desgaste físico, las corrientes del Canal de la Mancha y las bajas temperaturas aminoraban la posibilidad de realizar el cruce doble. Por un momento su equipo valoró sacarlo del agua y parar la prueba. Antonio enojado por la situación se concentró y siguió nadando; para eso había entrenado su mente. Al observar la reacción del nadador, el equipo siguió adelante.
“Un nado es un 80 % mental. Tienes que entrenar la parte física, pero al final de cuentas lo logras porque es un 80% mental lo que requieres para poder hacerlo”, asegura Antonio.
El término de la prueba era latente para Argüelles que ya lograba ver la costa de Cap Gris Nez, en Francia, pero sentía que a pesar de sus esfuerzos no lograba avanzar. Una vez más el entrenamiento mental lo sacó adelante; aceleró el ritmo de su brazada para llegar lo antes posible a su destino.
En su arribo a la playa trató de ser precavido para no golpearse con alguna roca. Se apoyó en la más estable e intentó de ponerse de pie, pero su cuerpo débil sólo le permitió sostenerse por unos instantes con sus pies y brazos para esperar el sonido de la sirena que indica que el cruce ha terminado. Fue así que Antonio Argüelles ocupó el lugar número 12 entre los mexicanos que habían logrado esa travesía. Pero ese sería sólo el paso previo de un reto mayor.
El reto de los Siete Mares
“Después de hacer eso, regresé a hacer de nuevo Ironman, maratones y cuando cumplí 50 años me puse como meta cruzar la Triple Corona en una temporada”
Mientras se recuperaba de un fémur roto, se enteró de la existencia de un interesante reto en aguas abiertas: el cruce de los Siete Mares. Todos los nadadores que lo habían logrado tenían menos de 40 años. ¿Podría él terminar todos los cruces después de los 55 años? “Tenía como 55, 56 años. ¿Cómo me atrevía yo a decir que iba a cruzar los Siete Mares a esa edad, si todos lo demás tenían 40?”
El reto de los Siete Mares fue propuesto y avalado por la World Open Water Swimming Association (WOWSA) y consiste en realizar siete cruces de aguas abiertas en siete continentes. Un desafío de resistencia para nadadores experimentados que deben concluir de manera exitosa, todos los cruces que componen los Siete Mares son certificados por un juez asignado por World Aquatics.
El siguiente proyecto estaba en puerta. Ya contaba con el cruce del Canal de la Macha; seis más lo esperaban. No serían sencillos; necesitaba comenzar su preparación.
El primer cruce en la lista era el Estrecho de Gibraltar, que conecta a España con Marruecos. En ese reto, Antonio tuvo que adaptarse a las circunstancias, ya que las fuertes corrientes y una molestia en el hombro complicaban su nado. Logró terminar en 4 horas 23 minutos, en julio del 2015.
Dos meses después viajó a Tokio para realizar el cruce del Estrecho de Tsugaru. El hombro izquierdo de Argüelles seguía sin recuperarse, por lo que tendría que acomodar su brazada si deseaba terminar este reto. Haber llegado unas semanas antes le permitió hacer pruebas en su técnica y ajustes en su entrenamiento mental. Todas las dudas terminaron cuando escuchó un mensaje de su hija Ximena, en donde le mencionaba que a pesar de su lesión debía intentar el nado programado y concluyo diciendo: “Siempre serás mi héroe, así que disfruta”, con esas palabras sabía que era hora de comenzar a nadar. Doce horas con 38 minutos le llevó terminar el cruce, el 15 de septiembre del 2015.
Si quería tener éxito en el Canal de Kaiwi, en Hawái tendría que trabajar mucho para dejar atrás su lesión en el hombro izquierdo. El nadador se acercó al especialista en biomecánica de la natación, Ricardo Duron, quien lo ayudó en su recuperación.
A pesar de tener una condición física óptima para ese cruce y que el agua estaba a una temperatura agradable, Antonio tuvo que vencer una fuerte corriente que no le permitió avanzar por una hora. Para vencer ese muro debía relajarse y fluir mientras contaba sus brazadas. La estrategia funciono, salió bien librado de ese obstáculo para, más adelante, enfrentarse a un banco de medusas. Después de nadar 18 horas contempló abandonar el reto. Al final logró superarlo en 23 horas con 18 minutos, en el 2016.
Antes de realizar los cruces del Estrecho de Cook y el Canal del Norte, Antonio decidió prepararse en el Canal de Catalina en California, en el mes de enero del 2017, para nadar en aguas frías. Antes de entrar al agua Antonio se desconecta de cualquier pensamiento o problema personal que pueda distraer su concentración. En aquella ocasión su cuerpo tuvo que resistir los 14 grados de temperatura del mar. En este reto también tuvo que enfrentar olas de dos metros de altura, que llevaban tal fuerza que lo aventaban. El esfuerzo y el movimiento le provocaron vómito, además de dolores en el brazo y la ingle. Poco a poco libró esos obstáculos y llegó a la orilla de Palos Verdes después de 14 horas y 27 minutos.
La siguiente parada sería en Nueva Zelanda para realizar el cruce en el Estrecho de Cook, en marzo de ese mismo año. El clima sería clave para realizar este reto. En las primeras cuatro horas de nado esperaba un buen clima, pero después podrían presentarse fuertes vientos y tormenta. Y así fue. El viento ocasionó que las corrientes lo alejaran de su destino y en consecuencia realizó más horas de nado, el ritmo de sus brazadas disminuyó.
Cuando le avisaron que le faltaban 2 kilómetros, decidió hacer un último esfuerzo y aceleró. A su llegada, se apoyó en las rocas para salir del mar después de 11 horas y 22 minutos. Ya sólo faltaba el cruce más difícil de los Siete Mares.
“Después del Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, que es de agua muy fría, está el Canal del Norte, es el nado más complicado de los Siete Mares. Aunque vivas en ese lugar donde puedes nadar todos los días a esa temperatura, tienes que entrenarte de forma muy especial para poder tener la capacidad de resolver y sobreponerte al frío”
El Canal del Norte, el último cruce de los Siete Mares, representaba una gran prueba para el nadador. Sabía que independientemente de los entrenamientos en agua fría, necesitaría diversas técnicas para fortalecer la mente y superar sus límites.
Arribó en Irlanda del Norte tres semanas antes de su nado. Ese tiempo lo aprovechó para conocer el lugar y habituarse a la temperatura del agua. Sin embargo, debido a los constantes cambios en el clima, tendría sólo una oportunidad para realizar el cruce. El capitán de la embarcación le había confirmado unas horas antes de iniciar que la situación era difícil, pero las condiciones podrían mejorar.
El 03 de agosto del 2017, Antonio estaba listo. Más que condición física, necesitaría un golpe de suerte, por lo que se tomó unos minutos antes de entrar al mar para pedir permiso al canal. A las 07:30 de la mañana comenzó a nadar, poco a poco alcanzó un ritmo que le permitió avanzar pese a los constantes cambios en el clima, que iba de soleado a lluvioso en cuestión de minutos.
En uno de los puntos de hidratación, Nora Toledano le notificó que estaba sólo a dos horas de concluir el reto. Antonio reaccionó con una gran sonrisa que se acompañaba con algunas lágrimas; daba por hecho que ya tenía el triunfo en el bolsillo.
Comenzó a meter velocidad en sus brazadas, pero un cambio en la marea no lo dejó avanzar ni un centímetro. El capitán le mencionó que sólo tendría una hora para salir de esa corriente de lo contrario su cruce quedaría inconcluso. Antonio aumentó sus brazadas y pasó de 64 a 68 por minuto. Sus amigos le mostraban su apoyo con gritos. Así logró avanzar y no paró hasta llegar a la orilla.
En su arribo tuvo que esquivar las rocas para evitar que su cabeza fuera a estrellarse con alguna. Logró anclarse de una piedra y salió del agua, su prueba había terminado después de 13 horas y 32 minutos. Era la séptima persona en el mundo en terminar el reto de los Siete Mares, y el primero a los 58 años.
“Fui la séptima persona en el mundo en terminar los Siete Mares cuando tenia 58 años y gané mi primer Récord Guiness —por ser la persona más longeva en terminar el reto—. Realmente para mi fue un nado muy importante, dentro la comunidad de aguas abiertas fue muy emblemático porque mostró que el tema de la edad no era un impedimento para poder lograr los Siete Mares.”
La travesía había llegado a su fin, sus entrenamientos y preparación mental lo habían llevado a cumplir su meta.
“Lo más difícil de un cruce es que seis días a la semana me tengo que levantar a las 4 de la mañana para hacer todo el entrenamiento. Todos los días tienes que levantarte y entrenar, es una decisión personal que tienes que tomar y no buscar excusas para no hacerlo.”
La presencia de su familia ha sido inherente, su esposa Lucía y su hija Ximena lo acompañaron en algunos cruces, las vacaciones a veces eran planeadas para tener una alberca disponible para Antonio.
“Las vacaciones para mi empiezan muy temprano todos los días, a las cinco de la mañana. Yo busco una alberca donde nadar, es parte de mi convivencia y tengo una familia muy respetuosa, tratamos de estar juntos y apoyarnos mutuamente.”
Abrazos acuáticos
Antonio fue invitado a dar una plática sobre su experiencia en aguas abiertas a los niños del internado Cruz Gálvez en Hermosillo, Sonora en el 2018. Al final un niño se acercó para saber cuanto tiempo le había llevado al nadador llegar a su meta. La respuesta de Argüelles lo desanimó porque tenía 10 años de edad y no sabía nadar. Tal vez nunca podría ser nadador de aguas abiertas. Motivado por este suceso, Argüelles creó junto con su familia y amigos la Fundación Brazada Abrazada.
“Realizamos un proyecto para enseñar a esos 200 niños que estaban en el internado a nadar. Y más que enseñarlos a nadar nos pusimos como objetivo empoderarlos a través de la actividad acuática. Imagínate a estos niños que están en un internado público y tienen una cantidad de problemas, de repente alguien cree en ellos, los sacan dos veces de su internado para que fueran a nadar y les muestras que tienen capacidades que ellos no sabían que tenían. Se volvió un programa muy exitoso al final, con cualquier curso había niños y niñas que se lanzaban desde la plataforma.”
Este programa también pudo llevarse a una comunidad Seri en Punta Chueca, Sonora, desafortunadamente la pandemia del 2019 pausó la Fundación, que esperan pueda reactivarse pronto.
Las carreras y los retos del Ironman en la vida de Antonio han quedado atrás; la natación suele ser muy celosa con el tiempo. Por eso entrena para vencer nuevos retos que lo mantienen a flote en el lugar que lo hace sentirse pleno y feliz: el agua.
Por Sonia Yáñez para: www.asdeporte.com
Fuentes:
Entrevista con Antonio Argüelles para Asdeporte el 29 de mayo del 2023
Nora Toledano y Antonio Argüelles, “A cada brazada: el azul interminable”, editorial Limusa.
Antonio Argüelles, “Travesía Interminable”, editorial Reverté
www.openwaterswimming.com